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HISPANOZILIE
21 juillet 2013

Jorge el valeroso

 

En una pequeña ciudad no muy lejana, vivía un hombre junto a

su hijo, al que todos llamaban Jorge el tonto, porque no sabía lo que

era el miedo. Tenía muchas ganas de saberlo, pero nadie había

conseguido nunca que el chico se asustara por nada. Una mañana,

mientras desayunaban, su padre, cansado de esta historia le dijo:

- Si sigues en casa nunca comprenderás nada. Debes marcharte

a conocer el mundo. Tal vez así llegues a entender algún día

qué significa exactamente la palabra miedo.

Jorge estaba de acuerdo con las palabras de su padre, de modo

que al atardecer se despidió, y comenzó a caminar para ver si en algún

lugar alguien podía ayudarle a solucionar su problema.

Cansado de buscar sin encontrar, una noche oscura llegó a una

posada de la que salían unos gritos muy fuertes. Decidido, abrió la

puerta y entró. Allí vio a decenas de hombres que bebían, discutían y

se pegaban. Uno de ellos se giró hacia la puerta y al ver al joven le dijo

con voz amenazante:

- Y tú qué quieres.

- Verá – respondió Jorge -, me gustaría que alguno de ustedes

me ayudase a conocer lo que es el miedo.

- Si no te han dado miedo todos estos hombres – respondió el

mesonero con ironía – lo único que te puede asustar por aquí

es la torre del castillo. El rey ha prometido casar a su hija con

el valiente que pueda dormir en ella tres noches seguidas… y

hasta ahora nadie lo ha conseguido.

Los hombres que llenaban la posada guardaron silencio.

Miraban asombrados al mesonero. ¿Cómo podía enviar al chico a un

lugar tan horrible?

Cuando volvieron la cara para advertirle de los peligros, Jorge ya

había salido corriendo en busca de la famosa torre que tanto temor

producía a todo el mundo.

Mientras llegaba al castillo, por el horizonte podían verse ya los

primeros rayos del sol. Esa misma mañana el muchacho fue a ver al

rey. Cuando lo tuvo enfrente, Jorge le explicó:

- Majestad, yo no sé lo que es el miedo pero quiero saberlo, de

modo que le ruego me permita pasar tres noches en la torre

del castillo.

- Verás – respondió el rey -, la torre está hechizada y nadie ha

conseguido permanecer allí tres noches seguidas. Si tú lo

consigues podrás quedarte con todos los tesoros que la torre

esconde, y además, podrás casarte con mi hija. Para

conseguirlo sólo podrás llevar tres cosas contigo. Elige bien.

Buena suerte, muchacho.

Cuando terminó de hablar el rey dos guardias le condujeron

hacia la torre. Jorge subió unas escaleras y pidió que le llevaran leña,

unas cerillas y un carrete de hilo.

Llegó la noche y Jorge, cansado de los viajes, se sentó a

descansar. Al dar las doce en el reloj empezó a sentir algunos ruidos

que cada vez se hacían más fuertes.

Se acercó a la puerta y miró por la cerradura. Tenía ante sus ojos

cientos de lobos salvajes que subían las escaleras corriendo hacia la sala

en la que estaba.

Con mucha tranquilidad preparó un pasillo con leña desde la

puerta hasta la ventana del salón. Abrió la ventana y encendió fuego a

los trozos de madera con las cerillas que le había dado el rey. Cuando

escuchó que los lobos golpeaban ya la puerta violentamente para

pasar, la abrió de repente y todos los lobos quedaron encerrados en el

pasillo de fuego que había preparado. Al verse atrapados, unos

huyeron por donde había venido y otros saltaron por la ventana

cayendo al foso del castillo.

El chico, tras asegurarse de que no había nadie más en la torre,

cerró la puerta y la ventana y se durmió al calor de la gran lumbre que

había hecho.

Por la mañana, el rey subió a la torre a ver qué había sucedido.

Cuando vio a Jorge dormido en el suelo creyó que estaba

muerto, pero Jorge, ante el ruido que había en la habitación se

despertó.

- Pero muchacho, ¡creí que estabas muerto!

- No. He dormido muy bien y muy tranquilo. Creo que aquí

tampoco aprenderé lo que es el miedo.

- Espera un poco. Sólo ha pasado una noche. Faltan otras dos.

En cualquier caso, te doy mi enhorabuena.

El rey se marchó y Jorge esperó impaciente a que llegaran las

horas de oscuridad. Nada sucedía en la torre y el chico estaba

empezando a aburrirse, así que cosió con el hilo un pantalón viejo y

una camisa que encontró por allí e hizo una especie de muñeco.

Le ató las manos y el cuello a otros hilos largos que pasó por la

lámpara para que cuando tirara de los hilos, la ropa se levantara del

suelo y pareciera que bailaba. Jorge se puso a cantar alegres canciones

mientras la ropa bailaba sola en medio del salón.

Estaba cantando tan alto que no escuchó que el reloj había dado

ya las doce. Pero un ruido detrás de él hizo que soltara los hilos y el

muñeco cayera al suelo.

Se dio la vuelta y vio que dos esqueletos se le acercaban.

- Buenas noches – dijo Jorge -. ¿Qué desean?

- Venimos a por ti – respondieron los esqueletos.

- Pues adelante; aquí me tenéis.

Uno de los esqueletos comenzó a andar hacia Jorge con los

brazos extendidos, cuando en el corto camino que los separaba pisó el

carrete del hilo con el que había estado jugando antes el chico, se

resbaló y cayó al suelo tan fuertemente que todos sus huesos quedaron

esparcidos por la habitación. El otro esqueleto y Jorge reían sin parar.

- ¿Qué hacemos ahora? – preguntó Jorge.

- No sé – le respondió el esqueleto -. Si quieres colocamos

nueve huesos el final del pasillo y jugamos a los bolos.

- De acuerdo. Pero no tenemos una bola con que derribarlos.

- No te preocupes; usaremos la calavera.

Estuvieron jugando toda la noche, y cuando llegó el rey por la

mañana volvió a encontrarse a Jorge dormido en el suelo.

- Dos noches has estado en la torre. Veremos si eres capaz de

soportar la última…

Las palabras del rey despertaron al chico, que con mucho sueño

le contó lo que había sucedido, y repitió que allí no sabría nunca lo

que era el miedo. Pero todavía faltaba una noche.

El rey se marchó y Jorge estuvo dormido todo el día

porque estaba muy cansado. Cuando se despertó, ya se podía ver la

luna a través de la ventana. No tenía nada que hacer. La tarde estaba

siendo un poco aburrida. Se puso en pie y empezó otra vez a cantar y

bailar con su muñeco por ver si así se iban más deprisa las horas. Se

ató los hilos a las manos y cuando bailaba, la ropa vieja bailaba

también con él en medio del salón.

Cuando las agujas del reloj apuntaron al techo de la habitación,

ante la mirada atónita de Jorge apareció de la nada un hombre muy

alto, de aspecto horrible. Era viejo y tenía una larga barba blanca. El

chico dejó de bailar y la ropa cayó inerte al suelo.

- Buenas noches, Jorge.

- Buenas noches, señor.

- Soy el más poderoso hechicero del mundo y vengo a

destruirte.

- ¿Y cómo lo hará?

- Con mi magia. Observa.

El brujo sopló tan fuerte que el aire empujó a Jorge contra la

pared. Como aún tenía atada la ropa vieja a las manos, al alejarse de

donde estaba bailando, el muñeco se levantó milagrosamente del

suelo y comenzó a moverse alrededor de la lámpara.

El hechicero asustado le dijo:

- ¡No puede ser! Eres tú el famoso mago al que protegen los

fantasmas. No me hagas nada, por favor, y te daré todo el oro

que desees. Te pido disculpas y te muestro mis respetos y

admiración.

Mientras el hechicero se arrodillaba delante de Jorge,

éste se desató los hilos y dijo: “fantasmas, dejadnos solos”, mientras la

ropa vieja caía al suelo nuevamente. El hechicero, asombrado, llevó a

Jorge hasta una sala secreta en la que había montañas de monedas de

oro, como le había prometido. El chico sacó todas las monedas al

salón donde había estado las otras noches. Se despidió del brujo y

esperó despierto la llegada del rey. Cuando llegó por la mañana y vio a

Jorge sentado sobre una gran montaña de monedas de oro no podía

creerlo.

- Preparen la boda – dijo -. Esta tarde mi hija se casará con

Jorge, al que todos conocerán a partir de hoy como “El

valeroso”. Vayan a buscar a su familia para que estén presentes

en la fiesta esta misma noche.

Tuvieron una gran boda y una gran fiesta. Jorge estaba muy feliz

con su padre y la hija del rey juntos. Cantaron y bailaron toda la

noche, hasta que los recién casados decidieron ir a descansar.

Ya en la habitación, la chica pudo ver que Jorge estaba triste.

- ¿Qué te pasa, Jorge? ¿No eres feliz conmigo?

- Sí. Eres muy guapa y amable, y desde que te vi al llegar al

castillo me enamoré de tus ojos, de tu pelo… y cuando te

conocí también me enamoré de tu corazón. Pero estoy triste

porque sigo sin conocer el miedo.

- No te preocupes. Ahora duerme y no estés triste en un día tan

especial. Ya tendrás tiempo de saberlo.

Jorge se quedó dormido en poco tiempo, pues estaba muy

cansado. En se momento, la hija del rey salió sigilosa de la habitación

y cruzó el pasillo sin hacer ruido. Entonces, en medio del silencio de la

noche, la joven empezó a gritar:

- ¡Socorro! ¡Jorge! ¡Ayúdame! ¡Me van a matar!

Al escuchar los terribles gritos de su esposa, Jorge se levantó de

un salto de la cama y cruzó el pasillo corriendo. Su corazón latía

deprisa y su respiración era muy fuerte. Por su frente corrían gotas de

sudor y sus manos y sus piernas temblaban. Cuando llegó al lugar en

el que estaba la hija del rey, y ver que estaba cómodamente sentada en

una silla riendo, pensó un instante y, satisfecho, rió con ella:

- Gracias - dijo con una sonrisa mientras recuperaba el aliento -.

Ahora ya sé lo que es el miedo: es lo que se siente cuando crees

que vas a perder aquello que más te importa.

Ambos se abrazaron y volvieron a la habitación. Desde ese

momento nunca más volverían a separarse.

 

Fin

 

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